lunes, 29 de agosto de 2011

Batti le mani











Ha pasado ya una semana desde que acabó el encuentro en Madrid de centenares de miles de jóvenes católicos convocados por Su Santidad el Papa Benedicto XVI. La Jornada Mundial de la Juventud por la que tanto se ha trabajado en la Iglesia en España en los últimos dos años llegaba a su fin con la misa de envío y la proclamación de Río de Janeiro como próxima sede. Pasada la crecida del río, queda analizar las consecuencias, pero eso queda para los expertos y los doctores que deban y puedan hacerlo. Lo vivido a pie de calle es distinto.

La primera experiencia de los que participamos en la JMJ es la de los Días en las Diócesis, los DED. La ciudad, el barrio, la Parroquia; se prepararan para recibir a jóvenes de todo el mundo. Y de todas las lenguas. La experiencia aquí es cercana y distinta, porque de repente tu entorno celebrativo y de fe habitual se ve lleno como nunca, con cantos que nunca antes habías oído, un obispo preside la misa en tu Parroquia en Inglés, unos africanos cantan el ofertorio en lenguas nativas de su país, el párroco de la parroquia de al lado preside Laudes en Inglés, el chico que conocías de actividades diocesanas resulta que habla un francés envidiable… El mundo se revuelve contigo dentro. Y sin embargo, el lenguaje es el mismo cuando todos juntos y a la vez os arrodilláis ante Jesús sacramentado. Y unís las manos en el Padrenuestro. Esta es la primera impresión: la Iglesia es católica, universal, la Iglesia baila, piensa, reza, celebra y canta en centenares de lenguas. Pero el mismo Dios. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4, 5). Estas palabras de Pablo adquieren un significado imponente y deslumbrante. Y resulta que no estamos solos…

La segunda experiencia es la que desborda. Son los miles de personas que llenaron Madrid, los colores de las banderas, los ‘italiani batti le mani’, los cantos, los bailes, el ritmo kiko, el inglés, las riadas en el metro, los cercanías atestados, los McDonalds convertidos en lugar de reunión como parroquias globalizadas. La impresión es la gente arracimada por la calle de Alcalá, desde Colón, por la Puerta, Cibeles, Paseo del Prado, Recoletos. La impresión que queda grabada para siempre en la retina del que os escribe fue al salir en Las Águilas camino de Cuatro Vientos. Había gente. Mucha gente. Gente que llenó el aeródromo, gente que no contestaba a las provocaciones de quienes no toleran a otros (por mucho que digan), gente que sonreía y cantaba y rezaba. Esto era Madrid. Dice Mario Vargas Llosa en un reciente artículo en El País: “Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica”.

La tercera experiencia es la de Dios mismo, que yo quiero resumir en dos momentos de Cuatro Vientos: Llovió, llovió torrencialmente, nos empapamos, veías la tormenta acercarse y la lluvia caer. Pero como con Elías, en el viento no estaba el Señor (1Re 19, 11). Nadie corrió. Nadie salió. Nadie se quejó. Reíamos y nos cubríamos. El Papa lo llamó aventura. El Señor no estaba en esa lluvia ni en ese viento: se hizo presente en la sonrisa de cada uno de los que pisábamos esa tierra que luego nos hizo carraspear varios días. El segundo momento es la exposición del Santísimo. Dejo para otro momento lo apropiado de la custodia de Toledo o el estilo de la Vigilia. Pero cuando se expuso el sacramento, el silencio inundó la base aérea. Casi dos millones de personas en silencio, un silencio que solo logra saber que Dios se hizo hombre y se entregó y se entrega cada día y hay personas que siguen entregándose por Él. Ante eso nos arrodillábamos y guardábamos silencio, desde el Papa hasta el último joven presente.

Por nuestra parte, la operaria, el Director General nos convocó, haciendo realidad la idea de Diego y Carlos, a un encuentro en el Parque Móvil el viernes y a un viaje a Valencia, el Desierto de Las Palmas y Tortosa la semana después de la JMJ. Más gracias recibidas, la vinculación afectiva de los jóvenes a la Hermandad, que Carlos Comendador quiso que plasmáramos en una cartulina que dejamos después al pie de Mosén Sol, se hizo entre risas, cantos, kilómetros, paella, peces de colores y una Eucaristía llena de vida en el corazón de la Hermandad, la Reparación de Tortosa, entre las tumbas de Manuel y de los Mártires. Y en la alegría de sabernos familia unida a pesar de las diferencias en la Ordenación de Diego el sábado pasado en el Parque Móvil.

Ahora pasa lo mismo que cuando acaba un Reguero. ¿Hasta cuándo durará esta alegría? ¿Podremos hacerla brotar? El Señor quiere. Trabajemos nosotros.

A las puertas de un curso lleno de cambios, un saludo.

Juan.

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