Releía
no hace demasiado tiempo esta frase del libro de los Proverbios: "Sobre
todo guarda, guarda tu corazón, porque de él mana la vida." Hay quien
desarrolla alergia a la palabra corazón. Oímos, leemos corazón y en seguida los
sabios y racionales hombres y mujeres de occidente, entre renglones, entendemos
debilidad. Los afectos suelen ser coladero de crisis, la primera línea de
relatos autobiográficos de desequilibrios: en definitiva nuestra más preciosa y
vulnerable diana. Hay quien no perdona las ofensas del corazón. El corazón, los
afectos, la afectividad; parece que se han convertido no sólo en objetivo de la
pastoral sino también en criterio de su éxito y su efectividad, y lo que es más
curioso y sorprendente, en un criterio de discernimiento moral. Algunos han
identificado lo que me gusta y quiero con el bien, o simplemente con lo bueno.
El bienestar emocional, siendo un aspecto muy importante en nuestra pastoral,
porque nos identifica, una sana experiencia de fraternidad, nunca debería ser
el único fin, ni siquiera el principal. El fin primero es hacer experiencia de
Jesús de Nazaret y comprometerse con dar frontera a su Reino. Intentar reparar
las heridas de nuestro querido mundo con el amor que su corazón nos regala.
[...]
Celebramos
la Fiesta de D. Manuel, y en
este año en que la sociedad está “hecha unos zorros” hemos querido recordarte una característica
de su perfil que en ocasiones, habida cuenta de nuestro gusto por priorizar lo
racional, valoramos poco o subestimamos.
Él
era un hombre de corazón abierto.
El desprendimiento lo hizo libre, hasta de sus propios fantasmas del corazón,
de estas tempestades, porque vivía de dentro a fuera y dentro de Él le hizo
sitio a Dios. Su
libertad se traducía en comunicación, transparencia, amabilidad, y una humildad
y ternura de corazón que conquistaba el afecto y la amistad de todos los que lo
trataban. Una combinación personal de ternura y firmeza atrayente, exigente y
motivadora. Vamos, un hombre que no tragaba con cuentos, que sabía leer la
verdad, también de los afectos.
Él
quería que sus operarios fueran hombres de corazón abierto, gente que conoce las prisiones del corazón y
las han superado, gente libre de todo, de todos, que han decidido, confiando en
las fuerzas de Otro, no quedarse con nada, ni con la propia experiencia de
debilidad porque todo se comparte en humildad, lo contrario al silencio. Pero claro, esto no se improvisa.
La
humildad exige valentía, decisión y constancia "si el grano de trigo no
muere...". La soberbia se alimenta, sin embargo, de la cobardía, a menudo
disimulada, pero cobardía, que uno descubre muchas veces en la tristeza de una
soledad autoimpuesta, yerta.
Abrir
el corazón a la vida, romper
los cerrojos, hacer saltar las cancelas, además porque lo hemos decidido,
dejarnos seducir de nuevo por la esperanza, al esfuerzo, la donación, el Reino. Quizás tengamos que quitar el cartel de
cerrado por desahucio que parece que algunos se han puesto en el corazón. Cambiar nuestra actitud psicológica de apertura
hacia la Vida, que nos puede encerrar, o convertirnos en alimañas tóxicas.
El
miedo es el peor consejero del hombre, y sólo se gestiona atravesando por en
medio de su oscura gravedad, nosotros tenemos la luz de Otro ardiendo en el
propio candil. Habrá que profundizar en esta experiencia, dejarnos amar por
quien sabemos que nos ama, sin imponerle los cómos, sin condiciones,
tampoco los cuándos.
Hombres
y mujeres de corazón abierto, dispuestos al encuentro, a volvernos a ver, tal
cual somos, retratados en nuestro
pasado, situados y libres hasta de nuestro propio corazón en nuestro presente y
proyectando la luz de la esperanza activa en el futuro.
Vive
con el corazón abierto, que no te cuenten cuentos.
Antonio Peña
Director
de la Pastoral Juvenil-Vocacional
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