sábado, 28 de enero de 2012

Él siempre me daba - Beato Manuel

Compañeros sacerdotes, queridos hermanos:

[...] El 25 de enero de 1909 moría en la ciudad de Tortosa el Beato Manuel Domingo y Sol. La crónica de la época recoge el gesto de una viejecita que se acerca a dar el último a Dios a Mosén Sol.

Todos los caminos –dice- se encuentran en Tortosa la tarde fría del 25 de enero...

Aquella viejecita, ajada de miserias, rugosa de años, agradecida de amor, ha llegado hasta el féretro, como muchos pobres, para besar las manos de D. Manuel. La viejecita ha llorado porque las manos de Mosén Sol estaban frías. Y camina torpemente por los pasillos bien sabidos del Colegio, donde siempre encontró eco positivo su desgracia.

Cruzaba un Operario, con prisa distraída en trámites de funeraria y luto de orfandad. Apenas se entera de que le han dirigido la palabra.

- Una limosna, por amor de Dios

Era la necesidad y era la costumbre. A la casa de Mosén Sol se iba a pedir con seguridad absoluta. Sigue caminando el Operario con obsesión de pena. La viejecita desilusionada, no reprime el impulso espontáneo. Sin acusar a nadie, bendice al bueno:

- ¡Él siempre me daba!...

Un hombre bueno y audaz. Así resume la figura del Beato Manuel Domingo y Sol uno de sus biógrafos. Un hombre bueno.

El siempre me daba. Decía aquella viejecita que hace un minuto besó las manos frías, que eran millonarias de cariño y larguezas. El siempre me daba. Era el panegírico de un santo por aclamación popular. Era la definición exhaustiva de Manuel Domingo y Sol.

Al comenzar la Eucaristía, también nosotros, como aquella viejecita, hemos hecho al Señor, por intercesión del Beato Manuel Domingo y Sol, la siguiente súplica:

“Oh Dios, que descubriste al Beato Manuel Domingo y Sol el profundo sentido de toda vocación, suscita por su intercesión decididos apóstoles de las vocaciones y generosas respuestas a tus llamadas”.

El sentido profundo de toda vocación y generosas respuestas a tus llamadas.

La lectura del Evangelio que se acaba de proclamar nos habla de llamada y de misión, de vocación. Nos dice que aquellos pescadores de oficio: Pedro, Andrés, Santiago y Juan se convierten en pescadores de hombres.

En todos los casos la vocación, la llamada arranca de Dios. De ese amor gratuito de Dios. Porque Dios es el primero en el amor. Esta es la gran verdad de nuestra vida y de nuestra fe. Lo que da consistencia y fundamento a nuestra existencia. No fue Pedro, ni Andrés… –hemos visto en el evangelio- quienes escogieron a Jesús, sino Jesús quien les escogió. Somos creados y salvados por amor. Y siempre seremos deudores del amor de Dios. Por eso, tenemos que aprender a dejarnos amar, a dejarnos trabajar por Dios, acoger por Él, perdonar continuamente por su poder. El Beato Manuel Domingo y Sol, como todos los santos -hombres de Dios- , experimentó en su vida esa experiencia de sentirse amado, querido por Dios.

¡Si amáramos a Dios! -decía-. Si estuviéramos poseídos de este amor, sin esfuerzo y con frecuencia se iría el pensamiento hacia Él y todo nos parecería poco.

Solamente quien se siente amado, quien experimenta en su vida a Dios como Dios del amor, se siente a su vez impulsado a amar a los demás.

Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a revelar este gran mensaje en nuestro mundo: Dios nos ama; nuestro mundo, aunque a veces lo parezca, no va a la deriva… Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea no perezca. Dios nos envió su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo (Jn 2,16-17).

Todos nosotros hemos sido llamados -vocacionados- Todos tenemos vocación y todas las vocaciones son necesarias e importantes. Todas se complementan. El bautismo nos iguala a todos dándonos la dignidad de Hijos –amados- de Dios. La Iglesia nos invita a todos a embarcarnos en la empresa de la evangelización. Laicos, sacerdotes, religiosos estamos llamados a anunciar el evangelio del Reino.

Los que sois laicos, estáis colocados con una vocación específica –EN- en el corazón del mundo. El campo propio de vuestra actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo del trabajo, de la familia, de la política, de lo social... Para ello es preciso lograr una adecuada integración entre fe y vida. Sería un contrasentido –como dice el concilio- vivir por una parte, la denominada vida “espiritual” –de puertas a dentro de la iglesia, en la intimidad- y por otra la denominada vida “secular”, es decir la vida de familia, del trabajo... como si nada tuviese que ver una con otra.

Nosotros los sacerdotes estamos llamados a convocar y vertebrar la comunidad cristiana, identificados con las actitudes de Cristo Buen Pastor que “no vino a ser servido, sino a servir”, que partió el pan, pero se dejó partir entregando su vida por nosotros, que estuvo al lado de los débiles y necesitados.
Que se haga proverbial –nos decía el Beato Manuel Domingo y Sol a los sacerdotes operarios-/ que al operario/ siempre se le encuentra para todo.../ Que no pueda decirse/ de un Operario/ que pudo hacer un bien y no lo hizo./

Debemos tener presente que vamos a dar , más que a recibir,/ sin buscarnos a nosotros mismos,/ manifestando/ nuestro desprendimiento/ y nuestros servicios en bien de los demás/ aun de las personas que menos lo hubieran merecido.
También son un don para la Iglesia las vocaciones de especial consagración. Aquellas personas que se han propuesto vivir en el día a día un seguimiento radical del Señor, siendo así parábola del Reino. De este modo son signo para los demás cristianos de que sólo Dios basta.

En definitiva, como también hemos escuchado en el Evangelio, todos en la línea de Jesús hemos de ser anunciadores y testigos de las bienaventuranzas.

Jesús llama bienaventurados a los pobres de espíritu, los que no cultivan una idea alta de sí mismos y no esconden su debilidad; felices los misericordiosos , que dan sin cálculos; bienaventurados los afligidos, que saben llorar con quien llora y no escapan ante el mal; bienaventurados los mansos, que no responden al mal con el mal y tienen un corazón desarmado y paciente; bienaventurados los que tienen hambre de justicia; que no aceptan el escándalo del mal; bienaventurados los limpios de corazón, es decir, los que no tienen malicia ni recelos; y bienaventurados también los perseguidos por causa de la justicia.

Estas palabras no se refieren al futuro. Jesús habla de una vida verdadera hoy. Nosotros que las escuchamos hoy nos siguen pareciendo alejadas de nuestra realidad y de nuestro mundo. Son palabras ciertamente irreales; tal vez hermosas pero ciertamente imposibles. Imposibles si no estuvieran avaladas por la vida de Jesús y de tantos de sus seguidores. Hoy Mosén Sol y todos los santos nos dicen que las bienaventuranzas no son una loca utopía. Que el Señor quiere para nosotros una felicidad verdadera, plena, fuerte que resista los cambios de humor y no se someta a los ritmos de la moda y el consumo. Por ello, la bienaventuranza plena, es una palabra fuerte y tan cargada de sentido que resulta demasiado diferente de nuestras satisfacciones insignificantes.

Todos somos invitados por Jesús a acoger la felicidad que El nos regala y ser testigos de su Evangelio en nuestro mundo. No importa lo que seamos ni que nuestra vida sea más o menos significativa. Porque como Mosén Sol decía:

No sabemos si estamos destinados a ser río caudaloso, o si hemos de parecernos a la gota de rocío que envía Dios en el desierto a la planta desconocida. Pero, más brillante o más humilde, nuestra obligación es cierta: no estamos destinados a salvarnos solos.

Río caudaloso o gota de rocío. Más brillante o más humilde, lo importante es que tomemos conciencia de que, como nos dice S. Pablo, formamos un solo cuerpo en el que todos los miembros son necesarios y ninguno puede sentirse ajeno al mismo.

Que ojalá nos conceda el Señor la gracia que le hemos pedido por intercesión del Beato Manuel Domingo y Sol: el sentido profundo de nuestra vocación. Él supo ser respuesta en el tiempo que le tocó vivir.

[...]

Esta gloriosa letanía de actividad y responsabilidad ardua sólo se explica porque las raíces del Beato Manuel Domingo y Sol se hundieron en la eficacia de la Eucaristía. Pocos años antes de morir cumple uno de sus sueños más acariciados, la inauguración del Templo de Reparación de Tortosa. La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y misión de la Iglesia, fue sin duda el centro de la vida de D. Manuel.

Esta es la fragua -decía- donde se calienta el corazón y se enardece para sacrificarse por sus hermanos.

Jesús Sacramentado ha de ser el apoyo, aliento, consuelo y anhelo de todo nuestro corazón, la llama que ha de vivificarnos.

Él sabía mucho de entrega y servicio a los demás, de sacrificio. Por eso llega a afirmar:

Aquel que no padezca, no es bueno. Aquel que está instalado está engañado. Aquel que se fatiga de padecer, no es bueno para este reino copioso de las gracias del Señor.

La Eucaristía que celebramos es como el monte santo donde escuchamos hablar al Señor, el púlpito de su palabra y el altar de su mesa hacia los que alzamos los ojos y, sobre todo, el corazón. Que el Señor ponga en nuestro corazón, como lo puso en el corazón del beato Manuel Domingo y Sol, la alegría del Evangelio para poderla difundir a nuestros hermanos.

Pidamos al Señor, para que nunca falten en la Iglesia respuestas generosas en la vocación laical, sacerdotal o religiosa que atiendan a la llamada de Dios que nos invita a ser testigos de su amor en medio de los hombres. Que así sea.

Rvdmo. P. D. Jesús Rico García
Director General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios

Homilía en Valencia, con motivo de la Fiesta de don Manuel, el 3 de febrero de 2007

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