domingo, 26 de diciembre de 2010

Admirable intercambio

Por Juan Rodríguez Gil, aspirante operario de España

“Mirad que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa, y cenaré con él y él conmigo” Ap 3, 20


Siempre, o al menos muchas veces, me acuerdo de mi casa del pueblo. Al norte de Valladolid, en la Castilla pura y llana. Mi casa tiene a la puerta, de esas antiguas de los pueblos, partidas en dos, un cencerro; de manera que llamar a la puerta allá era abrir la parte de arriba de la puerta, que golpeaba aquella campana que era la que anunciaba que había alguien en la puerta. La respuesta tradicional era el “hasta la cocina”, al fondo de la casa, cerca de la lumbre, fuente de luz y calor. Esta actitud del “hasta la cocina” es el puro Adviento. Hogar encendido, mesa dispuesta. Y el que está a la puerta y llama se siente acogido y en su propio hogar.

La liturgia de la Navidad nos ofrece una expresión interesante: habla de “admirable” y de “maravilloso intercambio”. El que está a la puerta y llama llega como un viajero que trae presentes ante la hospitalidad. Pero mucho más allá. Porque el que está a la puerta es Dios mismo, y se reviste de condición humana, se hace hombre palpable y cierto. “Confiere dignidad eterna a la condición humana y nos hace a nosotros eternos”. Él se toma nuestra naturaleza humana y nos hace partícipes de su divinidad. Ahí está: admirable intercambio.

Mosén Sol, en su sermón 26, también incide en esta unión. Dios-que-llama entra, se hace hombre, humilde, “toma carne semejante a la nuestra”, pero los suyos no le recibieron.
Y, de nuevo, intercambio admirable: Dios-que-llama no se cansa de llamar, “no aspiraba más que a una cosa: a estarse a las puertas de nuestro corazón y llamar por todos los medios”. Y se entrega finalmente. Dios que se hizo carne se entrega en la Eucaristía. El que nació en la Casa del Pan (significado de Belén en hebreo, bet lehem) se hace pan y alimento para todos.

Así pues, llega Navidad. Dios cada día nace, cada día sigue llamando a la puerta y a nuestros corazones. Cada día toca el cencerro de la puerta. Y se hace hombre, y vive y sufre con los hombres, y se entrega y se hace alimento eterno para los hombres.
Es intercambio admirable, y misterio, y es amor.

Dejémosle entrar hasta la cocina, “cerca del hogar”.
Que nuestras vidas sean siempre Navidad, que nos hace eternos.

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