miércoles, 20 de abril de 2011

Yo busco la raiz de todo esto

Que la semana que hemos comenzado sea santa de verdad depende en buena medida de nosotros. Por eso a veces puede llegar a ser pretencioso que la llamemos santa de serie, desde el inicio. Santa fue aquella de la entrega, y esta lo será en la medida en que recordemos, o conmemoremos, lo que ocurrió en aquella.

Recordar no es acordarse. Para acordarse parece ser que los ojos se mueven arriba y hacia la izquierda, y reconstruimos imágenes, o en horizontal, y traemos a nuestra mente sonidos.
Pero en la raíz de recordar está la palabra Cor, el corazón. Así que recordar es volver a traer al corazón. Y eso implica que también nuestra mente, nuestra alma y la vida entera vuelven a traer delante de nosotros aquello que pretendemos recordar. Y de eso se trata.

Algunas claves que pueden ser de ayuda y que creo que son importantes.

La memoria del Jueves es quizás más especial en un sentido. En el momento de la cena, Jesús dice específicamente, pide a sus discípulos, que hagan “esto” en conmemoración suya. “Esto” es una palabra complicada. Y la memoria de “esto” nos lleva por dos caminos. El primero es el de la asamblea. Jesús pide que se reúnan, que sigan compartiendo, que le recuerden partiendo el pan. Y ya sabemos que la “fracción del pan” (Hch 2, 42) es actividad propia del grupo naciente desde el principio. El segundo camino de memoria es la entrega. Jesús pide y nos pide que hagamos conmemoración suya su entregarse a los demás. Traigo unas palabras aquí del fundador de los operarios. Decía él que “no estamos destinados a salvarnos solos”. Esta salvación comunitaria, en iglesia, se da en la medida que somos capaces de ponernos en el corazón del otro y vivir desde el otro. Y no hay mayor memoria que esa.

La memoria del Viernes es la de la cruz. En la presentación del último libro del Papa en la Universidad Pontificia de Salamanca una mujer intervenía al final para decir que parecía que los cristianos y, sobre todo, la Iglesia Católica, nos habíamos olvidado de la Resurrección y nos habíamos quedado en la Cruz. Hay algo de luz en esto que expresaba ella. Pero no tan radical.
Resulta que en los maderos muertos de la cruz hay árbol de vida. Esto nos lo dice la tradición y la liturgia. Pero podemos hacerlo efectivo.
La cruz es símbolo de salvación, en la medida en que Jesús, torturado y asesinado con el peor castigo romano, entrega en ella la vida para dar vida. Y enseña en ella que la vida es más de verdad. Que entregar así la vida solo puede generar más vida, y eso implica que nada acaba ahí. Vista así la cruz, se convierte en símbolo de esperanza y fe. Y nos lleva a la misma memoria del jueves. Cargar con las cruces nuestras, corresponsabilizarnos de las cruces que llenan el mundo. Y así, “cruzados” unos con otros, seguir caminando.
Esto se tiene que alejar de palabras y gestos: hay jóvenes buscando su sitio en el mundo, hay empobrecidos por los desequilibrios de un mundo que se aleja de ser justo, hay pobres que buscan quien les abrace, hay guerras asolando países del mundo, y no solo las guerras que están de moda en las que creemos que podemos ayudar generando más guerra; hay gente sin trabajo, familias sufriendo, enfermos solos. Y muchas veces nuestra preocupación termina quedándose en si tal o cual libro cumple con las normas del momento, o si el pan que usan en aquella parroquia tiene levadura o no, o sí ese cura se viste sin alzacuellos. O más doméstico: si mi superior ajusta sus decisiones más o menos a lo que me conviene a mí o a los míos. Si he sido lo suficientemente progre en la última homilía. O lo suficientemente carca.
Cargar con las cruces y mirar al crucificado consiste en ser reales y realistas, y ver que el mundo es más mundo que el que hemos generado nosotros mismos.

El Sábado es memoria de desierto y soledad. Es tiempo de volver a nosotros mismos, de entrar en nuestros propios sepulcros, nuestros silencios, nuestros miedos y misterios, nuestras penas. De entrar también en nuestras fortalezas y alegrías. Y desde ahí poder dejar también el sudario que nos cubre y las vendas que nos atan y salir de nuevo al mundo.

Y la Noche nos trae la resurrección. La memoria de es anoche está sugerida y recogida y expresada por una liturgia rica y grandiosa. Es memoria de luz, de agua, de pan. Es memoria de vida. Encuentro en la Pascua la raíz de todo lo que soy y lo que vivo, la roca sobre la que me asiento, la capacidad y la fuerza para salir adelante.

Las cadenas de las que nos habla el Pregón Pascual son miedos. Y os confieso que os hablo estos días desde el miedo. Y el miedo es un poderoso enemigo que nos cautiva y nos mantiene cautivos, en el que a veces nos gusta regocijarnos esperando que alguien nos salve sin saber cómo salvarnos nosotros mismos.

Esto que escribo está lleno de tópicos, de lugares demasiado comunes. Quizás de simplezas. Muy probablemente no tenga carga ni validez teológica ninguna. Pero habla desde lo poco santo que queda en mí.

Que la Semana sea Santa depende de si somos capaces de mirar al crucificado cara a cara, estar dispuesto a la entrega a pesar de las cruces que suponga. Y resucitar con Él dejando los miedos.
Que el miedo no nos atenace. Porque es un peso siempre muerto que no nos deja ahondar nuestra raíz, buscar la luz con nuestras ramas. Ser árbol donde los demás puedan cobijarse de sus lluvias y vientos.

Yo busco la raíz de todo esto. Pido al Padre que me ayude a encontrarla. Y que así, buscando, la semana sea santa...



“Creció ante el Señor como un retoño,
como raíz en tierra árida…”
Isaías 53, 2

Juan Rodríguez Gil
Pastoral Juvenil-Vocacional
Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos

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