sábado, 3 de diciembre de 2011

Cambia | 2º de Adviento


¡No cambies nunca! Es una frase de dedicatoria escrita con tipex en las carpetas de los adolescentes. Es como un deseo de que todo permanezca igual. Querer retener personas, situaciones y momentos evitando el cambio que trae consigo el paso del tiempo.

Sin embargo, cuando recuerdo mi adolescencia y la época del ¡no cambies nunca! siempre pienso con alivio ¡menos mal que cambié!, pues si no a día de hoy sería insoportable. Cada etapa tiene sus peculiaridades y a veces consciente y otras inconscientemente vamos cambiando y construyendo lo que somos. Por eso, muchas veces cuando veo un ¡no cambies nunca! en alguna carpeta, me dan ganas de escribir justo debajo ¡ojalá cambies! porque si no… ¡lo llevas crudo!
Como ya he dicho, hay cambios que nos suceden de manera inconsciente; cambia la voz, el físico, a veces el carácter… pero hay otro tipo de cambios que vienen de decisiones personales. Es ahí donde de vez en cuando conviene preguntarse ¿por qué cambiamos? ¿por qué cambio? A veces son cambios para adaptarnos a una nueva situación, otras son exigencias externas y en muchas ocasiones son cambios para conseguir algo que nos motiva o que de verdad queremos. Pienso en decisiones como dejar de entrenar en un deporte para poder estudiar, no salir por acompañar a un familiar enfermo, etc. Cambios que muchas veces implican dejar “lo que me apetece” por “lo que me conviene”, o “lo que debo hacer”.

Pues bien, en el seguimiento de Jesús se nos propone un cambio, un giro, al que llamamos conversión. Es algo que nos gustaría hacer de golpe, pero que la mayoría de las veces tiene que ver con pequeñas decisiones que poco a poco van calando y obrando los cambios en profundidad. Creo que la clave para que estos cambios funcionen está en lo que he dicho más arriba, que creamos que la causa merece la pena. A veces nos lo tomamos como algo que hay que hacer o como un precio a pagar, y claro, todos los advientos y cuaresmas nos proponemos unos cambios que al final no llevan a ninguna parte. En el fondo, es cosa de un encuentro con la persona y la vida de Jesús, que es quien lleva la iniciativa y quien invita a cambiar. Solamente si creemos que la vida al estilo de Jesús merece la pena, daremos un paso adelante, y es entonces cuando tendremos fuerzas para hacer lo que él nos dice: ¡cambia!

Dani Cuesta, SJ

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