sábado, 10 de diciembre de 2011

Comparte | 3º de Adviento


El tiempo, los lugares, las personas; tienen algo en común que les hace únicos, algo difícil de ver a primera vista y, sin embargo, una cualidad sin la que no serían más que datos en un reloj, en un GPS, en una estadística.
Si lo pienso, el tiempo que paso frente al ordenador jugando a mil tonterías es inútil. No quiero sumar horas, pero sé que es más de lo que paso ayudando a mis amigos, más del que empleo en estudiar lo que siempre he querido y, muchas veces, más del que paso durmiendo. Y sin embargo pasa tan rápido que ni me entero y al final del día no lo cuento como un recuerdo.
Muchos de los lugares por los que he pasado han quedado en el olvido tantas veces que no se si los he visitado. Han sido espacios sin vida que desgastaban mis pies mientras me quedaba sin la oportunidad de conocerlos.
El vecino con el que no hablo en el ascensor, el hombre que todos los días pasa por el mismo camino que me lleva a la facultad o el que veo a la puerta del bar tomando un café no son más que muebles que voy poniendo por la calle para tranquilizarme pensando que todo sigue igual.
Pero el tiempo que comparto, que me quito para dárselo a otro, de la forma más simple que pueda haber (por ejemplo, pegar carteles de una recogida de alimentos por el barrio mientras voy charlando con amigos); los lugares que vivido y vienen a mi memoria a través de la voz de un ser querido (qué sé yo: volver del pueblo con mis abuelos y otra vez imaginarlo tras la llamada telefónica de mi hermano en una tarde de diciembre), las personas que me han hecho ser como soy compartiéndome sus inquietudes y manías (aquello de mirar mil veces por la ventana cuando se que espero a alguien).
Compartir no es sólo algo bonito que nos hace sentir bien en Navidad, no es una conducta aprendida, sino algo natural. Compartir, como lo hizo Juan el Bautista con su vida para prepararnos para la llegada del Mesías sabiéndose nadie, es lo que nos hace únicos, lo que da sentido a cada gesto de nuestro cuerpo. Compartir es lo que nos ha hecho ser lo que podemos llegar a ser y somos. Somos lo que compartimos y lo que nos han compartido. Juan supo apartarse para dejar paso al importante. ¿Sabemos preparar así nuestra casa, compartirla para que deje de ser nuestra, allanar así el camino?

Pablo Rodríguez


Compartir, retirarse,
dejar paso al que tiene
algo que decir.

Abrir la casa
y anunciar que viene
es llenarse, o vaciarse para vivir.
Encender las luces y sentir
que el que viene, viene siempre
apoyarse en los hermanos
y seguir o plantarse,
pero plantarse para arraigar,
crecer, dar sombra y oír.

Y al oír los pasos, abrir:
la puerta, los ojos, la vida…
y poco a poco sentir
que vino para quedarse.
Poner la tienda entre nosotros.
Abrazarme.

¿Oís el viento? ¿Lo oís?
Habla otra vez de compartir.

Y repito y me repite: ¡compartid,
que viene para quedarse!

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