martes, 29 de enero de 2013

Vive con el corazón abierto

Releía no hace demasiado tiempo esta frase del libro de los Proverbios: "Sobre todo guarda, guarda tu corazón, porque de él mana la vida." Hay quien desarrolla alergia a la palabra corazón. Oímos, leemos corazón y en seguida los sabios y racionales hombres y mujeres de occidente, entre renglones, entendemos debilidad. Los afectos suelen ser coladero de crisis, la primera línea de relatos autobiográficos de desequilibrios: en definitiva nuestra más preciosa y vulnerable diana. Hay quien no perdona las ofensas del corazón. El corazón, los afectos, la afectividad; parece que se han convertido no sólo en objetivo de la pastoral sino también en criterio de su éxito y su efectividad, y lo que es más curioso y sorprendente, en un criterio de discernimiento moral. Algunos han identificado lo que me gusta y quiero con el bien, o simplemente con lo bueno. El bienestar emocional, siendo un aspecto muy importante en nuestra pastoral, porque nos identifica, una sana experiencia de fraternidad, nunca debería ser el único fin, ni siquiera el principal. El fin primero es hacer experiencia de Jesús de Nazaret y comprometerse con dar frontera a su Reino. Intentar reparar las heridas de nuestro querido mundo con el amor que su corazón nos regala.

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Celebramos la Fiesta de D. Manuel, y en este año en que la sociedad está “hecha unos zorros”  hemos querido recordarte una característica de su perfil que en ocasiones, habida cuenta de nuestro gusto por priorizar lo racional, valoramos poco o subestimamos.

Él era un hombre de corazón abierto. El desprendimiento lo hizo libre, hasta de sus propios fantasmas del corazón, de estas tempestades, porque vivía de dentro a fuera y dentro de Él le hizo sitio a Dios.  Su libertad se traducía en comunicación, transparencia, amabilidad, y una humildad y ternura de corazón que conquistaba el afecto y la amistad de todos los que lo trataban. Una combinación personal de ternura y firmeza atrayente, exigente y motivadora. Vamos, un hombre que no tragaba con cuentos, que sabía leer la verdad, también de los afectos.

Él quería que sus operarios fueran hombres de corazón abierto, gente que conoce las prisiones del corazón y las han superado, gente libre de todo, de todos, que han decidido, confiando en las fuerzas de Otro, no quedarse con nada, ni con la propia experiencia de debilidad porque todo se comparte en humildad, lo contrario al silencio.  Pero claro, esto no se improvisa.

La humildad exige valentía, decisión y constancia "si el grano de trigo no muere...". La soberbia se alimenta, sin embargo, de la cobardía, a menudo disimulada, pero cobardía, que uno descubre muchas veces en la tristeza de una soledad autoimpuesta,  yerta.

Abrir el corazón a la vida, romper los cerrojos, hacer saltar las cancelas, además porque lo hemos decidido, dejarnos seducir de nuevo por la esperanza, al esfuerzo, la donación, el Reino. Quizás tengamos que quitar el cartel de cerrado por desahucio que parece que algunos se han puesto en el corazón.  Cambiar nuestra actitud psicológica de apertura hacia la Vida, que nos puede encerrar, o convertirnos en alimañas tóxicas.

El miedo es el peor consejero del hombre, y sólo se gestiona atravesando por en medio de su oscura gravedad, nosotros tenemos la luz de Otro ardiendo en el propio candil. Habrá que profundizar en esta experiencia, dejarnos amar por quien sabemos que nos ama, sin imponerle los cómos, sin condiciones, tampoco  los cuándos.

Hombres y mujeres de corazón abierto, dispuestos al encuentro, a volvernos a ver, tal cual somos, retratados en nuestro pasado, situados y libres hasta de nuestro propio corazón en nuestro presente y proyectando la luz de la esperanza activa en el futuro.

Vive con el corazón abierto, que no te cuenten cuentos.

Antonio Peña
Director de la Pastoral Juvenil-Vocacional

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