sábado, 18 de diciembre de 2010

Y tú, ¿de quién eres?

Por Raúl Alonso, Parroquia de Sta. Teresa, Valladolid

La vida llega. Llevo una temporada, en la cual me nacen sobrinillos. Hablando con los padres, es fácil oírles discutir sobre el nombre que llevarán sus recién nacidos.

“Se llamará ‘X’, como su abuela”

“No, no, su nombre será ‘Y’, que quiere decir….”

“Le pondremos ‘Z’, como tal jugador, o tal actriz de moda”

“Pues no me gusta, prefiero un nombre original, que no tengamos en la familia, ni sea como uno de esos personajillos de actualidad”

¡Qué curioso que le den tantas vueltas a una palabra! Porque, al fin y al cabo sólo es una palabra, pero una palabra que tiene su significado. El nombre es un elemento que nos distingue, nos desiguala, evita la masificación; nos hace más únicos.

El papel de los padres se torna en importante. Se convierten en protagonistas de una vida ajena. Con la elección del nombre, los padres tienden a buscar un sentido -sea cual sea-, o una cualidad, o un futuro positivo para el bebé.

El evangelio nos habla de un padre: José. Dudas, dudas y más dudas rondaban su cabeza y su corazón.

Dudas sobre su compañera María, que desconcertantemente estaba embarazada. Pero sus dudas se producen porque la cree. Si no la creyera, la hubiera devuelto a sus padres o la hubiera mandado dilapidar –según las leyes: Deut. 22, 13 y ss-. Aún así, duda porque cree. Se dice de José que es un hombre justo, pero no justo según las leyes de los hombres; es justo a los ojos de Dios, pues decide acoger a María y formar con ella un hogar.

Y más dudas sobre la criatura que Dios ha puesto en su vida. La comunidad de Mateo (los autores del evangelio), se centra en la figura de José como eslabón entre el pueblo de Israel (“José, hijo de David”) y Jesús. Nos le presentan como alguien importante: el heredero de la historia de Israel. Aún así, José se pregunta y duda el por qué ha sido elegido para hacerse cargo del mismísimo Hijo de Dios; de ese Dios todopoderoso que derrotaba los ejércitos del faraón. De ésta manera, y haciendo referencia al título, Jesús “era” de José, hijo de David.

Ante las dudas, Dios responde: “tú eres quien pondrá nombre”. La costumbre era que sólo el padre podía dar nombre al niño; por lo que Dios da un voto de confianza hacia ese hombre justo lleno de dudas: le hace padre de Jesús.

En la cultura hebrea, no se dejaba a la improvisación o al azar el poner nombre a la persona. Se quería expresar su ser, lo que se esperaba de ella. Por eso, además de Jesús (“Dios salva”), Mateo le añade otro nombre: Emmanuel, “Dios-con-nosotros”. Otra forma de decir: la vida llega.

Esa vida con mayúsculas que está a punto de nacer en el vientre de María, llega. Pero no viene esporádicamente, como el joven del turrón El Almendro, o la lotería de navidad… No.

Viene, permanece, reside, habita.

En ti. En un corazón justo como el de José.

En ti. En las dudas, sean cual sean, como las de José.

Con nosotros. Compartiendo la fe y la vida con los que te rodean.

Con nosotros. A lo largo de la historia de la Iglesia.

Termino por último preguntándote: Y tú, ¿de quién eres?

Como hijo de Dios, ¿cómo crees que te llama Dios?, ¿qué adjetivos o cualidades crees que utiliza para llamarte?

El Señor esté con vosotros. El Señor esté contigo.

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