sábado, 12 de marzo de 2011

Es hora de volver y amar | 1º de Cuaresma



Ojalá que ese espíritu transportista que se llevó a Jesús al desierto nos lleve también a nosotros, desde el Jardín del Edén donde vivimos en Babia, al desierto, a un sitio de silencio, donde ni siquiera llegue la matraca de la publicidad por teléfono no solicitada, porque tenemos mucho que pensar.

Dejando aparte todas esas cuestiones que discuten los sabios: si estas tentaciones fueron reales, o si son una especie de parábola resumiendo las tentaciones que el Señor tuvo que padecer a lo largo de su vida respecto a su trabajo de Mesías. Y si fueron apariciones reales del diablo o solo internas en el mismo Jesús, vamos a tratar de ver su transcendencia.

La primera tentación, haz de estas piedras panes es la mas antigua de la Historia humana. En tiempos de los romanos se llamaba “pan y circo” y ahora pesebrismo y fútbol. Es la más indignante de todas porque es la mayor humillación que se puede hacer a una persona humana, con la dignidad de hijo de Dios. Echarle un mendrugo de pan para que mal viva con la amenaza constante de quitarle un pedazo de pan.

Es el procedimiento de los tiranos para manejar un pueblo a su gusto. Y es lo que propone el Diablo a Jesús… que si quiere propagar su mensaje lo mejor es llenar el estómago a la gente. Y Jesús ya tuvo la experiencia de su resultado, cuando después de dar de comer a cinco mil hombres, se encara con la multitud y les dice “me seguís porque habéis comido hasta hartaros”

Jesús ha venido a proclamar la ley del amor, la cual traerá consigo el compartir con los demás, y con eso habrá pan para todos, el amor traerá el pan, pero el pan no traerá el amor, sino el temor de que hasta eso se les quite. Por eso su contestación “no solo de pan vive el hombre”. Un estómago lleno y un corazón vacío es el estado de bienestar más cercano a la animalidad.

La ley del amor procede lentamente, por eso el Señor siempre habla de la semilla, que tarda en hacerse espiga, de la levadura que poco a poco fermenta la masa. Es el arder lento del tronco de encina que calienta y alegra largas horas. Ese desnaturalizado amor del “hacer el amor”, ley fundamental de la sociedad del bienestar. Son fuegos artificiales que como se encienden se apagan.

Pues contra esa lentitud de las cosas de Dios se opone la segunda tentación: la eficacia. Y en esa tentación hemos caído todos, las grandes manifestaciones públicas, las televisiones, el derroche de dinero, los grandes templos. Y cuanta menos fe verdadera hay, surgen las apariciones por todas partes y el sol da vueltas y las imágenes lloran y los mensajes apocalípticos al margen del evangelio se multiplican y todo eso trae mayores multitudes que una misa sencilla oída en una ermita de pueblo. Nos enerva la lentitud de Él, claro que no ha estudiado Ciencias Empresariales, ni Marketing, y así le va.

Y la última tentación es la del poder, con la fuerza del rodillo político e imponer desde arriba creencias o desavenencias. Que en otros tiempos se decía en latín “cuius regio ejus et religio” y lo traduzco. Es algo así como “convertido el jefe, convertido el pueblo” o “descreído el jefe, descreído el pueblo”. Y es exactamente la doctrina de Satanás.

Es notable que el Diablo diga “te daré todo esto…”, porque el poder, la gloria de la tierra la tiene por suya. Lord Acton diría siglos más tarde: “el poder corrompe” porque todos llevamos en el corazón aquel grito del diablo en el paraíso: “Seréis como dioses…”. Intocables, inconmovibles, poseyendo la verdad absoluta.

Es el campo del poder el que produce las falsas promesas, el engaño, el ridiculizar al oponente, el chalaneo… El poder corrompe tanto que hacer perder la propia dignidad y hace a los poderosos abajarse a ser bufones de un pueblo que, o es inculto o bajo, o le toman por imbécil, y al que tratan como si estuviera formado por disminuidos psíquicos.

Sólo hay un poder que no corrompe, el que proclama el Señor, el que se fundamenta en el servicio a los demás, el que en lugar de arrodillarse ante Satanás --nacional-catolicismo o nacional-agnosticismo—se arrodilla ante los hermanos como hizo Jesús en la Cena.


José María Maruri, SJ

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