jueves, 28 de febrero de 2013

Bajo la lluvia


Esta vida sucesión de encuentros de la que estamos hablando este año se va construyendo a través de momentos compartidos con mucha gente. Como ya compartíamos en facebook, a lo largo de estos últimos días viene a mi mente de manera continuada una larga noche de hace casi dos años…

En Cuatro Vientos (a las afueras de Madrid) dicen que éramos más de dos millones de personas los que asistíamos a la Vigilia de la JMJ con el Papa. Inocentes nosotros, felices entre la tierra y las guitarras y los cantos, la lluvia hizo acto de presencia. No fue una ligera lluvia de verano, no, fue una tormenta de las que hacen época.
Benedicto, en el centro del escenario, fue conminado varias veces por asistentes, clero, obispos varios, algún cardenal y cortesanos diversos, a abandonar el escenario y resguardarse en las partes privadas de las instalaciones.

Y se quedó.

Sabe el buen Padre que no soy muy cortesano (eso creo). Pero admiro a todos los que tienen la vocación de Pastor, son llamados por Dios a ese ministerio y lo cumplen acompañando a sus hermanos y hermanas. Benedicto XVI (que supuso para muchos una decepción en aquel abril de 2005, porque parecía representar a la vieja guardia) ha cumplido bajo la lluvia, ha cumplido barriendo y limpiando lo que otros habían dejado pasar, ha pedido perdón por los errores, ha acompañado a los jóvenes (aunque nunca fue de macro-fiestas, no es su estilo), ha vivido desde sus 80 y varios anclado a una realidad en la que la Iglesia parece no tener hueco. Y en ese no-hueco ha querido hacer resonar una verdad que para muchos es incómoda, y que es la verdad de la Buena Noticia de Jesús.

Y anclado a esa realidad, después de un pontificado con sus luces y sus sombras (todos tenemos luces y sombras en nuestra vida), ha renunciado al ministerio de Pedro, y dice que se va porque su cuerpo no le deja estar a la altura de lo que este ministerio exige. Anclado a la realidad, se retira para orar y para servir a la Iglesia desde otros lares.

Esta renuncia no es un bajarse de la cruz, como algunos han dicho: es una muestra más de humildad de un hombre humilde que cree profundamente que esta barca no es de él ni es de nadie: esta barca pertenece solo a Jesucristo, resucitado y vivo en los corazones y en las manos de tanta gente haciendo el bien en el mundo movidos por un Evangelio que una vez cambió nuestras vidas. Y desde esa sencillez y verdad del Evangelio, quiso hacer el bien poniendo en orden tantos desórdenes que había en la Iglesia. Y pedir perdón por ello.

Queda un buen sabor de boca, de un profesor anciano que tuvo mano firme (en lo bueno y en lo malo) y que, para mí, es ese querido abuelo que aquella noche se quedó con nosotros bajo la lluvia.

Gracias.

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